Café.
Nos entendemos por encima del estrépito. Hace calor. Enrique lleva un polo azul y se muestra profundamente relajado y dispuesto. Se sorprende con la primera pregunta. Durante lo que dura la charla se va haciendo cada vez más amena, más distendida, más cercana.
Soy sudamericano, bailarín, coreógrafo. Erradicado en España desde el 89.
El primero no es, seguro, pero recuerdo a los Beatles.Mi padre tenía un fiat 600, me encerraba en el coche, me ponía la calefacción y escuchaba sus temas. Help sonaba siempre y me imaginaba gente bailando, siempre vestidos de blanco.
Técnicamente es salir de un lugar y ponerte en otro. Moverte. Cualquiera puede bailar.
La danza es lo que a mí me hizo cambiar el rumbo de mi vida.
La danza es lo que me hizo salir de mi país y moverme a otro.
La danza es lo que me da de comer.
A día de hoy sigo creyendo que el arte puede cambiar a la gente y puede cambiar el mundo.
Artísticamente la evolución es “menos es más”. Me interesa cada vez más la calidad
interpretativa. Me interesa que la gente sea feliz en el escenario.
Siempre me quedo con el último, en este caso “Vuelos”. Pero reconozco que siento especial debilidad por la trilogía sobre artistas plásticos.“Pequeños paraísos”,”Nubes”,”-Constelaciones”.
Lo más importante es conocer a fondo a cada bailarín. No trabajo una dramaturgia narrativa. A mí lo que me interesa es crear una narrativa que está más relacionada con los sueños. Que el espectador se sienta dentro de un sueño.
Evidentemente, lo técnico existe. Si una persona baila bien, la miro. Pero luego me doy cuenta de que cuando miro a alguien en una audición tiene algo que me llama la atención que no tiene nada que ver con los grados que levante la pierna o la cantidad de giros que dé. Cuando entra en la compañía me interesa especialmente que sea buena persona.
Misterioso, frágil, mágico.
El arte puede cambiar el mundo y hacernos feliz. Poder consumir arte es maravilloso.
A.Quevedo/M.Gelabert
Entrevista 1-Septiembre 2018